domingo, 27 de enero de 2008

Las Princesas Primorosas.

El Rey no tenía Reina y, debido al aislamiento, no podría encontrarse candidata de igual rango con quien desposarlo. Numerosos señores hubieran entregado gustosos a sus hijas de haber sido requeridas, pero el monarca no había mostrado interés por casarse y los nobles se guardaban bien de permitirle aquilatar la belleza de sus retoños ante el peligro de que las arrebatase, para deshonra suya.
Fue una sierva, hija del montero de una de sus fincas favoritas, la primera en presentarse en Palacio cargando una criatura que alegaba indiscutible creación del Señor coronado y que fue admitida por el Rey, con un simple gesto. La Princesa Aylinda agregó una rama al árbol genealógico, vacío hasta el momento, de Su Majestad. Eso no ayudó mucho a su madre, que fue alejada de su hija cuando ésta dejó de alimentarse de los pechos de su madre, siendo entregada a una institutriz versada en las artes oscuras. La niñera consiguió atraer la atención del monarca, al que dio un heredero, el príncipe Benjamín y dos princesas más, sin haber llegado nunca al matrimonio. La princesa Aylinda enviudó y su hijo mayor Etyán se consideraba el segundo en la línea sucesoria.
El Rey se casó con gran pompa con Julia, nieta sobreviviente del Usurpador y ella, a pesar de sus grandes ancas y generosos pechos, nunca le dio un hijo. Durante sus primeros años, el rey engendró dos hijas en el vientre de dos de sus damas de compañía.
Las princesas, a las que el vulgo adulador llamaba Primorosas, eran feas de verdad; y de carácter desapacible. Todas se casaron y perdieron a sus esposos quedándose con una oleada de chiquillos que destrozaban la dignidad del palacio. Los cortesanos hubieron de acostumbrarse a los chillidos y las bromas pesadas de los pequeños, que llegaron a la pubertad con instintos irrefrenables.
Un dignatario, ultrajado por un joven de doce años nombrado Many, hijo de la más pequeña de las princesas, se volvió iracundo contra él. Reaccionó a tiempo, sin llegar a tocar el pomo de su sable. Pero fue visto, y uno de los pajes que estaba en el salón, le ordenó presentarse de inmediato ante la Princesa Maggy. Tembloroso, seguido por el paje y el niño, el hidalgo acudió con la cabeza baja al encuentro de la Señora.
- Disculpe, Señora, mi movimiento impulsivo. No pude contener la irritación que me causó el aguijonazo que su hijo tuvo a bien producir en mi espalda.
- ¿Has osado amenazar al Príncipe?
- No, señora. Fue solo un movimiento involuntario. Nunca más sucederá.
Many, situado detrás del aristócrata y en poder aún del aguijón, repitió el golpe. El hombre, vuelto a sorprender, lanzó una exclamación, pero no se atrevió a volverse. La sangre corría por sus pantalones.
- Su Alteza Real, la exclamación ha sido por causada por mi sorpresa. No es en modo alguno en menoscabo del respeto que me honro en profesarle.
- No has dicho aún lo que esperaba oír. Eres un súbdito irrespetuoso y probablemente poco leal. Hablaré con Su Majestad del asunto.
- ¡Perdóneme, por Dios! ¡Soy un súbdito fiel! ¡Tome mis tierras, mis castillos, mis sirvientes! ¡Todo se lo doy!, pero no dude por un instante de mi fidelidad.
- Me parece un buen arreglo. No obstante, te dejaré las tierras del pantano sur. Pero deberás traerme a tu hijo mayor para enseñarle modales en la corte.
Con el tiempo, los patricios se fueron alejando de Palacio. Las Princesas constituyeron una cámara de gobierno cuya devoción por el monarca no tenía resquicios. A su vez, los nietos se fueron colocando en posiciones estratégicas en el ejército, la seguridad y la economía. Un grupo de jóvenes descendientes de aristócratas permanecían a disposición de la familia real, garantizando con su presencia la aquiescencia de sus padres.
El Príncipe Benjamín falleció muy joven, dejando sin consuelo a sus alegres amigos de farras. Esto decidió a su padre a legitimar la situación de las Princesas Primorosas como herederas colectivas del reino y a fortalecer su autoridad en las labores de gobierno. Por tanto, haciendo uso de su condición de indiscutible y eterno Señor del reino, coronó a sus hijas como Virreinas y a Etyán como Virrey.
Se replegó a un castillo rodeado de espesos bosques, dedicándose exclusivamente a disfrutar de los placeres que su cuerpo le permitía aún. Un paje fiel y bien enterado se ocupaba de mantenerlo al tanto de los sucesos del reino. Esperando que sus hijas no pelearan entre sí, impuso la regla del desayuno real. Inviolablemente debían reunirse cada día a las nueve de la mañana y conversar de los asuntos del país. El Rey conservaba las buenas relaciones entre las Virreinas y las sorprendía con su conocimiento exacto de las intrigas que se preparaban y las estrategias que garantizarían la paz y el buen orden.
(Continuará con…)
La población del reino.

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