viernes, 30 de noviembre de 2007

La Cuestión de los Pajes

Un paje, al que hasta entonces no había notado, se acercó a su lecho y le susurró. "Señor, despierte. Es necesario que me escuche. Su vida está en riesgo." Atilio reprimió el impulso de sacar la espada escondida entre las sábanas. "¿Qué sucede?" "Enseguida le explico, venga conmigo." Mientras el monarca y su lacayo se escondían detrás de una puertecilla disimulada junto al espejo, otros dos pajes colocaron en la cama un cuerpo exánime y lo cubrieron ligeramente. Se retiraron y al cabo de un instante, penetró un hombre sigiloso en la habitación. Al ver el cuerpo en la cama, sacó un pesado espadón y arremetió contra él. Todavía estaba acuchillando al cadáver cuando aparecieron varios soldados traídos por dos pajes y capturaron al regicida.
Una semana después, los cuerpos sin vida de cinco aristócratas iniciaban un período al que se le llamó "la purificación del Reino" en el cual perdieron bienes, posición y hasta la vida, numerosos antiguos nobles y nuevos barones y plebeyos que se vieron involucrados en la conspiración.
Eran los primeros años de Atilio y no podía darse el lujo de ser débil. La integridad de la Nación estaba en juego. Llamó al paje.
- Explícame lo de la otra noche.
- ¡Señor, necesito que usted me asegure que no le va a pasar nada a ninguno de mis colaboradores!
- ¿Y estás tan seguro de que no te va a pasar nada a ti?
- No, señor. Confío en su grandeza, su Majestad.
- Bueno, si tus "colaboradores", como los llamas, no han intentado nada en contra mía, no les pasará nada. Te lo aseguro.
- Me di cuenta, su Majestad, de que un grupo de dignatarios conspiraban para deponerlo cuando escuché una conversación que sostenían dos de ellos en los jardines del Palacio Real. Sucedió durante mi primera semana en la servidumbre, no me conocía nadie y tuve que ingeniármelas para poner a mi servicio a los pajes de los dos señores, y que me mantuvieran informado de sus movimientos. A medida que avanzaba la conspiración, yo aumentaba mi red de control, incluso dentro del Palacio. Gracias a ese grupo de abnegados seguidores, usted pudo desbaratar con éxito fulminante la trama regicida.
- ¿Cómo es tu nombre?
- Etuán, su Majestad.
- Bien, Etuán. Y ¿cómo te convertiste en mi paje?
- No, señor, no lo soy. Para servirle en esta ocasión le pedí a mis asistentes que retuvieran a sus servidores inmediatos.
- ¿Cuán extensa es tu red?
- Tengo unos trescientos hombres secretamente a mi mando. Puedo extenderla sin consumir recursos del Reino, pero si crece demasiado, empezarán los rumores y puede salir a la luz.
- Conserva esos hombres y aumenta la red hasta donde puedas con las condiciones actuales.
El poder de Etuán, salido de la oscuridad, creció en los siguientes meses, hasta convertirse en uno de los factores más importantes de la monarquía. La maledicencia le otorgaba razones inauditas: desde poseer secretos de la vida pasada del soberano, hasta el mesmerismo y la brujería.
Etuán se consolidó cuando lo nombraron Ministro del Orden. Y el Rey aprobó, por Ucase Regio, que todo paje personal debía ser contratado a la Agencia Real Pajera y que todo señor cuya renta anual sobrepasase los seiscientos adarmes tendría la obligación de contratar al menos un sirviente de la agencia.
Una tras otra abortaban las conspiraciones. La antigua aristocracia, la nobleza venida a menos, los primeros barones, los grandes arquitectos, los albañiles de las murallas, fueron traicionando en su oportunidad. Los pajes construyeron sus palacios, se casaron con las hijas de los señores ejecutados, se vieron en la obligación de contratar pajes y conspiraron a su vez.
Un buen día el Señor Ministro del Orden fue descubierto conspirando. El Rey se vio en la obligación de ordenar al verdugo que lo decapitase. Lo hizo secretamente y con dolor, porque había llegado a quererlo y porque era padre de tres de sus nietos.
Ya los pajes no eran necesarios, podían ser incluso peligrosos. Pero su leyenda sirivió para mantener la tranquilidad del Reino. El monarca nombró a su hijo mayor, Ministro del Orden, el cargo más importante del estado. Crearon nuevas agencias pajeras, sin disolver la agencia de Etuán. Nuevas leyes forzaron la contratación de pajes en cada una de las agencias, de manera que un dignatario debía tener al menos cuatro pajes a su servicio representando a tres agencias como mínimo.
Había pajes que trabajaban en dos o tres agencias y tenían igual número de señores. Pajes que eran señores de sus señores. Pajes que debían informar a sus señores de las actividades de ellos mismos. Auto-pajes.
Acabaron por surgir los pajes fantasmas. Pagando una cuota adicional, se obtenía documentación completa de cumplimiento de los requisitos pajeros, sin necesidad de hacer efectivo tal empleo. Muchos señores se acogieron a dicho sistema, interpretando los pagos a las cuatro agencias como impuestos novedosos que abonarían sus vasallos, más baratos desde que no podían escapar.
Los informes de inteligencia pasaron a ser anónimos y el nuevo Ministro del Orden encargó a cuatro lectores la interpretación y el análisis de las denuncias recibidas.
(Continuará con…)
Las Princesas Primorosas.

El Reino

Un guerrero, al frente de su tropa de valientes barones, tomó el palacio real, coronando su conquista del reino. El Rey, sospechoso del asesinato de su hermano para usurpar el Trono, había huido, dejando a sus hombres por su cuenta y terminando una breve dinastía y una época de reinados ineptos tumultuosamente concluidos en medio de levantamientos, revoluciones o golpes de estado.
El Guerrero era un hombre culto e inteligente que no estaba dispuesto a repetir los errores de los reyes. Al principio, pensó proclamar la República, decisión compleja y peligrosa que rechazó después de profunda meditación: la convocatoria a constituyente pudiera ser vista por los señores de los reinos vecinos como signo de debilidad y pudiera poner en peligro la integridad de la nación. Por otra parte, el título de Rey le atraía demasiado para no coronarse. Además, sus súbditos entendían la obediencia que se le debe al Rey y esa era la mejor forma de conservar el poder. De modo que hizo lo que era de esperar que hiciese: se coronó con gran pompa con el nombre de Atilio Primero, invitando a los grandes de los estados y las iglesias, a los señores de su reino; y a los hombres y mujeres más famosos del mundo.
Algunos no acudieron al convite, pero eso no aminoró la pompa de la celebración. Hubo asistentes que no dejaron de criticarlo o pedirle piedad para criminales que habían servido al Usurpador. En casos convenientes, para probar deferencia, les permitió que, al partir, se llevaran a algunos de los condenados hacia tierras lejanas. Claro, sus bienes no les fueron devueltos.
Los señores del antiguo régimen habían apoyado al Usurpador y fueron despojados de su señorío. Los barones del ejército ocuparon sus lugares, y todo parecía que iba a tomar el cauce, conocido y poco problemático, de los reinados anteriores. Pero el nuevo Rey no era fácil de contentar, algunos decía que por las almorranas, y otros, por el recuerdo de una traición de familia; el caso es que era muy exigente. Sus arrebatos ante cualquier error ajeno provocaban apoplejías a sus ayudantes.
Poco a poco, todo el Reino fue cambiando para ponerse a los pies del nuevo Rey. Como él era un hombre brillante, hermoso, orador fecundo y dotado de un espíritu indómito e inagotable, generaba un sometimiento voluntario, producto híbrido del miedo y la fascinación.
La Muralla.
Es muy difícil mantener un Reino ordenado en un entorno republicano. Al principio, las naciones que rodeaban al Reino eran pequeños países agrarios y bastó activar las fronteras para que perdieran su influencia. Los siervos pertenecen naturalmente a su Señor y, al levantar las cercas, no hubo que lamentar muchas separaciones familiares.
Sin embargo, con el tiempo, empezaron a aparecer roturas en las cercas y los nobles a quejarse de que perdían a sus operarios jóvenes más capaces que escapaban a las naciones vecinas.
Un día, alguien irrumpió en la sala del Trono, gritando:
- ¡Invasión! ¡Regresan los señores!
Todos los concurrentes habían recibido sus señoríos del nuevo Rey y se sintieron consternados. El Rey, en cambio se alegró. Sus espías informaban cada paso del enemigo y este ataque prematuro era perfecto para sus propósitos.
Adaptó una pose heroica.
- ¡Resistiremos hasta el final! ¡Por el honor del Reino que lucharemos hasta el último hálito de vida! ¡Declaramos el Estado de Guerra!
Los Señores habían roto la cerca y venían a caballo, seguidos por cientos de siervos que regresaban para reunirse a sus familias o a buscarlas y por muchos otros que preferían a sus displicentes y descuidados dueños antiguos. Los Grandes de la Frontera no presentaron combate, y la guerra parecía un desfile militar.
El Rey habló ante las cortes:
- ¡Queridos compatriotas! He adoptado las disposiciones necesarias para rechazar la invasión zombi. Tenemos un ejército bien preparado, al que secunda en pleno la nación, y hemos comprado todas las armas necesarias para triunfar. En estos momentos se dirigen hacia el Norte para entrar en combate con los más modernos medios de que disponemos. Es la hora de anunciarles nuestra alianza con el Gran Imperio Lejano, el cual nos ha apoyado en la preparación para enfrentar al enemigo y nos ayudará luego en la Reconstrucción del País.
La invasión fue derrotada en poco tiempo, muchos invasores murieron en el acto, o ejecutados por traición a Su Majestad; la mayoría huyó y, los que no fueron capturados, se retiraron a las Selvas Centrales donde vivieron como salvajes, escapando siempre a las continuas incursiones de los ejércitos del Rey, pereciendo en las incesantes escaramuzas. Los prisioneros engrosaron las filas de los siervos de barones cuyas tierras estaban alejadas de la frontera.
Entonces, El Rey dijo:
- Para protegernos de los ataques del enemigo, elevaremos nuestra capacidad defensiva. Además de las armas, debemos tener una frontera infranqueable. Construiremos una Muralla que nos mantenga seguros.
Miles de hombres fueron llamados a la construcción de la Muralla Máxima. Muchos más, a su protección. A todos les dieron ropas nuevas, armas a los Protectores del reino y herramientas a los Constructores. Para mantenerlos vestidos, abrigados, saludables y bien nutridos se ordenaron requisas, confiscaciones, y nuevos impuestos. Por orden del rey se fundaron escuelas de artesanos, médicos y cocineros. Grandes extensiones de tierra fueron destinadas al cultivo de alimentos para los miles de albañiles, carpinteros, maestros y soldados que trabajaban en la frontera.
La muralla, construida sin plano, fue creciendo en todas partes. Un día, el Arquitecto en Jefe de la Muralla del Norte proclamó que su sección sería la más alta del país. Esto fue replicado por el Vicearquitecto del Oeste, que anunció que su sección sería, no solamente más alta, sino más bella e invulnerable, además de costar menos, ya que en la mitad superior, los bloques estaban dispuestos de forma alternada, dejando pasar el viento sin peligro. Pronto comenzó una carrera desenfrenada entre los constructores, que terminaron encerrando al país con una pared que se perdía en las alturas, plagada de extraños caprichos arquitectónicos. Sin puertas. Haría olvidar a generaciones, la existencia de un mundo exterior.
La muerte acompañó al muro desde el inicio. Accidentes laborales, suicidios, intentos de fuga frustrados, todos terminaban sin ceremonia en alguno de los cuatro cementerios que se habían creado cerca de los barrios de los constructores. No se hablaba de ellos más que en voz baja, luego de mirar alrededor en busca de oídos extraños. Una vez terminada la obra, se construyeron otras dos cercas, reforzadas con alambre espinoso y cactos, que evitaban que curiosos, parejas de enamorados o escapistas se acercaran a la muralla. Antes, movilizaron a maestros pintores que dieron a la pared la apariencia del mar, de aguas turbulentas y costas agrestes, que mantuviera alejados, hasta en el pensamiento, a los súbditos de la frontera.
Los años habían transcurrido rápidamente. El Rey ya no era aquel guerrero gallardo de palabra fácil y pensamiento rápido. Ya su pueblo no construía una barrera con que protegerse del mundo, si no para que nadie escapase. Porque la construcción de la muralla había agotado los recursos del reino. Y cuando la dieron por concluida, muy pocos recordaban cómo había empezado todo. Se hacían historias de la forma en que vivían antes, algunos con nostalgia de la buena comida, los fértiles campos o las doncellas hermosas y bien calzadas, y otros con temor por la falta de trabajo o la inestabilidad por las continuas guerras intestinas que libraban los señores.
El Gran Imperio Lejano había desaparecido, derrotado por sus numerosos enemigos. Los que aún recordaban el tiempo de la construcción del Muro insistían en convencer a los demás de la existencia de un universo exterior. Cayeron en el descrédito a causa de su aspecto miserable y del énfasis fanático con que molestaban a todos con sus supuestas demostraciones. El tiempo fue poniendo aún más lejanas las paredes del muro, invisible e inalcanzable, que se escondía tras sucesivas alambradas cubiertas de espinosas enredaderas.
(Continuará con…)
La cuestión de los Pajes.